Avances de la neuroeconomía en los últimos años

La neuroeconomía se ha convertido en uno de los campos de conocimiento más estudiados de los últimos años. Trata de explicar por qué nosotros, como individuos económicos, procesamos diferentes alternativas y seleccionamos aquellas que, a priori, encajan mejor con nuestras necesidades e intereses.

Este campo de conocimiento ha revolucionado el mundo de la economía tal y como la entendíamos hasta hace poco tiempo. La teoría que explicaba el individuo como agente económico que toma decisiones racionales ha pasado a un segundo plano, y los factores psicológicos son ahora la parte más importante para explicar nuestro comportamiento.

El origen de la neuroeconomía

La neuroeconomía apareció en los primeros años de los noventa como una combinación de economía y neurociencia. En aquel momento, se creía que la teoría económica clásica ya no servía para explicar por qué los individuos tomaban las decisiones que tomaban. Se partía de un supuesto básico: no somos todo lo racionales que creíamos ser.

Aunque la neuroeconomía es relativamente reciente, sus raíces son mucho anteriores. La influencia de la escuela austríaca, fundada por el economista Carl Menger en el Siglo XIX, es indudable. Pero, sobre todo, los trabajos de F. Hayek, premio Nobel de Economía en 1974, contribuyeron a hacer despegar primero y consolidar después esta disciplina.

Nueva llamada a la acción

La consolidación de la economía conductual y los sesgos cognitivos

A pesar de que la neuroeconomía trata de explicar comportamientos económicos, lo cierto es que a lo largo de las últimas décadas ha ido incorporando nuevas teorías e hipótesis de otras ramas de conocimiento diferentes

Los avances en neurociencia y la aparición de la economía conductual y sus sesgos cognitivos han puesto en entredicho los modelos económicos, cuestionándose si se debería optar por nuevos modelos que vinculen el cerebro con la toma de decisiones económicas.

Los máximos exponentes de esta nueva forma de entender el comportamiento económico son Richard Thaler y Daniel Kahneman, dos de los pocos expertos no economistas que pueden presumir de haber ganado el Premio Nobel de Economía.

Tanto Thaler como Kahneman desarrollaron la teoría de los sesgos cognitivos. Esta hipótesis plantea una serie de efectos psicológicos que producen una desviación en el procesamiento mental de un individuo. Estos sesgos conducen a la toma de decisiones irracionales en nuestro día a día, muchas de las cuales tienen un impacto muy importante a nivel económico.

Los sesgos tratan de explicar, por ejemplo, por qué tendemos a juzgar una situación con base a información recibida recientemente sobre ella (sesgo del anclaje); o por qué tendemos a favorecer la información que confirme nuestros propios presupuestos o hipótesis (sesgo de confirmación); o incluso por qué tendemos a buscar la recompensa inmediata en lugar de pensar a largo plazo (sesgo del presente).

La lista de sesgos es interminable, y cada día aparecen nuevas hipótesis que condicionan nuestra toma de decisiones y nos impiden, por ejemplo, tomar decisiones lógicas de ahorro e inversión

Por ejemplo, algo tan aparentemente sencillo, eficiente y barato como invertir de forma pasiva en un fondo indexado con aportaciones periódicas a largo plazo está continuamente condicionado por estos sesgos, que explican en buena medida por qué no conseguimos buenos resultados con nuestra inversión.

Neuroeconomía y Big Data

Por si fueran pocos los campos de conocimiento relacionados con la neuroeconomía, en los últimos años se ha unido un nuevo actor: el Big Data

El auge de los datos ha cambiado todas las actividades de nuestro día a día, y la economía conductual no iba a ser una excepción. Bajo su paraguas se pueden explicar una serie de fenómenos que ayudan a entender nuestro comportamiento y nuestros sesgos con el objetivo de tratar de corregirlos.

Gracias a la información que conocemos del Big Data y a las teorías que ya conocemos sobre neuroeconomía, podemos eliminar o reducir los sesgos cognitivos, que son los que realmente nos conducen a tomar peores decisiones financieras, y de esta manera cumplir con nuestros objetivos a largo plazo.

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